La conexión entre los pensamientos y el estado de ánimo es incuestionable. Ser feliz y estar mentalmente sano depende mucho de cómo se procesan los contenidos mentales. El famoso psicólogo y psiquiatra Aarón Beck nos dice que las personas que corren mayor riesgo de padecer trastornos mentales son quienes piensan de forma negativa, por partida triple, así que mejor sé positivo.
Una de las tareas más comunes en la consulta del psicólogo clínico es ayudar al paciente a cambiar el estilo de pensamiento: de negativo y desesperante a positivo y
esperanzador. Cambiar el cómo se piensa de uno mismo, de los demás y del futuro.
Para ponerlo claro, podemos imaginar en Antonio, un joven que invita a una muchacha a salir con él, pero ella no acepta. Si simplificamos el caso, decimos que Juan tiene dos vías de interpretación de la realidad:
- La positiva (la más deseable para la salud mental): «Quizá ella no estaba de buen humor; volveré a intentarlo». «Si ella realmente me rechaza, no significa que otras chicas también me rechazarán». «No haber salido con ella me ha permitido ordenar mi habitación y eso me agrada». «Estoy convencido de que en el futuro las cosas mejorarán y algunas chica me acepatará, tengo cosas a mejorar y puedo volver a intentarlo».
- Y la negativa (la que abre las puertas al fracaso, al desánimo y a la depresión): «Soy feo, torpe, y sin sentido del humor. Ella nunca aceptará ser ni mi amiga». «Otras chicas me rechazarán igualmente». «No tengo remedio. Por mucho que
me esfuerce no puedo salir de mi baja condición. Estoy condenado a fracasar en
todo».
¡Qué interesante! ¡El mismo estímulo puede producir reacciones opuestas! La realidad depende enteramente de cómo se interprete. Desde luego, la actitud más recomendable para la salud mental es contemplar el lado positivo de las cosas. Entonces, nosotros somos responsables de hacernos el propósito de desechar los pensamientos de ruina y de catástrofe, entrenar nuestra mente para desechar los pensamientos negativos: en ese sentido, somos los arquitectos de nuestro propio destino.

Sin embargo, también tenemos que subrayar que la positividad no es pensar en que todo es bueno porque sí; no podemos olvidar que en la dosis el veneno. Las psicólogas estadounidenses Samara Quintero y Jamie Long, definen la positividad tóxica como “la sobregeneralización excesiva e ineficaz de un estado feliz y optimista en todas las situaciones. El proceso de positividad tóxica resulta en la negación, minimización e invalidación de la auténtica experiencia emocional humana”. Quintero y Long explican que ser siempre positivos se vuelve negativo cuando esta actitud se usa para reprimir emociones como el resentimiento, tristeza o enojo. El psicólogo Konstantin Lukin profundiza sobre este punto señalando que, al negar las emociones negativas, estas se pueden hacer más grandes y se convierte un ciclo donde van creciendo y acumulándose, ya que no son procesadas, hasta que la situación se vuelve insostenible.
Evitar el sufrimiento es una forma de sufrimiento. La negación del fracaso es un fracaso«.
En eso consiste precisamente la positividad tóxica o el positivismo extremo: en imponernos una actitud falsamente positiva, sobregeneralizando un estado feliz y optimista sea cual sea la situación, silenciando nuestras emociones «negativas».
¿Cómo evitar el positivismo tóxico?
Para empezar, es necesario aceptar las emociones como información o una guía, y dejar de pensar que las emociones son negativas, ya que connota un rechazo automático. Como explica la autora Karla McLaren, “tratar las emociones como negativas o positivas siempre conduce a lo que mis amigos programadores de computadoras llaman el problema GIGO (Garbage in, Garbage out) o “Basura dentro, Basura fuera”, en español. Si ingresas una cadena de código incorrecta en tu programa, este programa no funcionará o hará algo muy complicado. Basura dentro, basura fuera.
Aceptar que existen estas emociones ayudará a sobrellevarlas y a disminuir su intensidad. El Dr. Lukin lo describe como quitarse un peso de encima, ya que además de poder procesarlas, puede llevarnos a ser más abiertos con nuestros seres queridos y hablar de cómo nos sentimos, en lugar de siempre pretender que todo está bien. Además, las emociones ayudan a transmitir información a otras personas, por ejemplo, si en estos momentos por la cuarentena nos sentimos nerviosos, hablarlo con otra persona puede ayudarnos a encontrar confort o apoyo, en lugar de rechazo.
Ser positivos no es algo malo, es bueno tratar de ver el lado positivo de las cosas, más en estos tiempos de COVID-19, pero es igual de importante aprender a escuchar qué información quieren transmitirnos nuestras emociones y escucharlas y reconocerlas, incluso si son negativas. Dejar de intentar ser siempre positivos y aprender a procesar los sentimientos nos ayudará a comprenderse mejor a uno mismo y a los demás.
De nuevo, para continuar con el desarrollo del tema, te invitamos a seguir aquí: Actitud positiva. También, para saber más sobre el correcto manejo de nuestras emociones negativas, puedes comenzar aquí: ¿En qué ayudan las emociones negativas?