No existe como tal una definición de perdón clara, pero de manera general las descripciones abarcan varios componentes: afectivo, cognitivo. motivacional, y en muchas ocasiones, comportamental. Por lo que el perdón se debe entender como un proceso sumamente complejo, así que no debería de causar asombro el hecho de que para la mayoría sea tan difícil dicho acto.
Para darse cuenta más específicamente de lo abarcante que es, se puede decir que este concepto se divide en dos, el perdón decisional: en resumidas cuentas, la víctima no busca hacer daño a su agresor, intenta controlar sus comportamientos hacia el transgresor, sin buscar venganza, evitar expresar enfado, etc.; y el perdón emocional, en cierto grado más complejo: este implica superar esas emociones negativas hacia su ofensor y transformarlas en positivas, conlleva alejarse del resentimiento y permite desarrollar, por el contrario, sentimientos de compasión y generosidad, por tanto, pensamientos y comportamientos benévolos.
Se oye fácil, ¿cierto? Pero como la mayoría de las cosas en esta vida, requiere de gran esfuerzo y compromiso. Pero, ¿por qué elegir perdonar a alguien?
El autor Villa (2016) cita que en el proceso del perdón “la víctima abandona este lugar, para convertirse en actor y sujeto de su propia vida, en sobreviviente y testigo, en ciudadano, capaz de comprometerse con la transformación de su realidad personal y social”; además identificando su propia fortaleza, valentía y dignidad, se reconoce como capaz de actuar y transformar, y sin que todo ello suponga renunciar a cualquiera de sus derechos, pero sobre todo al de abandonar el rol de víctima.
Algo ha quedado claro, vivir sin perdonar consume a una persona y la mantiene en un papel de víctima activa. Entonces, ¿qué beneficios obtiene alguien que perdona?
Ya desde hace una década se han estudiado y demostrado científicamente los efectos positivos del perdón, como lo son la capacidad de promover sentimientos prosociales (amabilidad, confianza, solidaridad etc.), así como conductas pacificadoras. De manera especial fomenta la salud y el bienestar de quien lo otorga. Pero un estudio realizado recientemente, durante el confinamiento a raíz de la pandemia por Covid 19, ha dado pruebas de que el perdón se asocia significativa y negativamente con la angustia psicológica, es decir, perdonar supone una liberación bastante notable de angustia que se deriva en ansiedades de diversos tipos. Estos autores han considerado el perdón como una fortaleza, y es un gran hallazgo, ya que en un momento de confinamiento puede tener una función tanto de reevaluación (analizar si necesitas arreglar un problema con alguien) como de resiliencia, que puede ayudar a sobrellevar mejor y de manera positiva la situación de las personas.
Y por último, se ha cuestionado sólo acerca del perdón a otros, pero, ¿qué hay acerca de perdonarse a sí mismo? Un estudio muy reciente (2020) afirma que la decisión de perdonar favorece a quien lo otorga no solo cuando perdona a otros, sino cuando también lo hace para sí, y esto pudiendo ser aún más potente y enriquecedor a nivel de salud mental y bienestar que cuando se otorga a los demás, sin resaltar que los beneficios del perdón también alcanzan a quien es perdonado.
Al final estas frases lo dicen todo:
“Muchas personas sufren por vivir con un perpetuo resentimiento. Consideremos únicamente al caso de los divorciados. En mi experiencia clínica he podido a menudo comprobar que algunas reacciones emotivas desmesuradas no son más que la reactivación de una herida del pasado mal curada” -Monbourquette, 1995-
“El perdón es, por encima de cualquier cosa, librarse del dolor; nada puede cambiar el pasado, pero el perdón puede cambiar el futuro” -Echeburúa, 2013-