Sobreponerse a cualquier problema, ¿se puede?
Dentro de áreas ajenas a la salud, vemos el término “resiliencia» como la capacidad de un material para adaptarse a un cambio brusco o a fuertes presiones (golpes, aplicación de calor, etc.) y conservar sus mismas propiedades para ser cambiado/transformado. Es sumamente interesante al comparar este término en psicología, ya que, siendo un término nuevo, engloba un concepto similar. Grotberg lo define como la capacidad del ser humano para hacer frente a adversidades de la vida, e inclusive, ser transformado por ellas. Es decir, los problemas no solo se pueden resolver y olvidar, sino que al ser plena y conscientemente de ellos, aceptándolos, el panorama de la vida cambia y se transforma para bien.
La resiliencia es el resultado de un equilibrio
Pero, ¿cómo medir el nivel de resiliencia de cada persona? ¿puede variar?
La resiliencia es un proceso dinámico, es decir, tiene lugar a lo largo del tiempo debido a la interacción que existe entre la persona y el entorno, e incluye a la familia y medio social. La resiliencia es el resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores protectores y personalidad de cada individuo, funcionalidad y estructura familiar; por tanto puede variar a lo largo del tiempo y con los cambios de contexto en la vida de cada persona (muerte de seres queridos, pérdida de empleo, economía, etc.).
Debido al constante cambio que hay en cada persona, es importante evaluar los factores con los que contamos para saber qué tan propenso se es a caer en adicciones, enfermedades, o estancamientos que frenan el desarrollo y bienestar de cada individuo.
Dentro de la resiliencia están los factores protectores: alta autoestima, optimismo, autonomía, resolución de problemas, seguridad en sí mismo, manejo adecuado del tiempo, sentido del humor, sentido de vida; y factores de riesgo: baja autoestima, inseguridad, dificultad para expresarse, pesimismo, dependencia, introversión, sentimientos de soledad, etc.). Al lograr identificar y evaluar los factores (protectores y de riesgo) en nuestra manera de ser y actuar, se facilita la tarea de saber qué es lo que se debe mejorar y trabajar en cada uno, ya que cada persona cuenta con diversas problemáticas y recursos para salir adelante, entonces el autoanálisis de hábitos, costumbres y personalidad es esencial para llevar a la acción cambios en beneficio a la salud.
En estudios internacionales se ha estudiado la relación entre resiliencia y satisfacción con la vida, de la cual el grupo con mayor resiliencia destaca en el control de sus emociones y satisfacción con la vida, así como mayor realización personal, además se ha identificado a la resiliencia como un factor asociado a la protección de conductas depresivas, sobre todo en estudiantes universitarios. Así mismo en un estudio realizado en México se midió el nivel de resiliencia de un sector de universitarios, donde a mayor nivel de resiliencia es igual a un mejor nivel académico; lo interesante de este mismo estudio es el factor familiar como un factor decisivo en la generación de una capacidad resiliente, ya que los alumnos con una mejor relación en el entorno familiar eran mucho más resilientes, es decir, la familia y el tipo de interacción con cada uno de sus integrantes es determinante y nos forma para enfrentar las exigencias de la vida y la percepción de la misma.
Podemos concluir con la idea de que cada persona ha tenido un camino distinto en la vida, y hay unos con mayores factores protectores o de riesgo que otros, sin embargo al lograr identificar cuáles son nuestros los obstáculos y factores a mejorar, se inicia un camino de acciones enfocadas en cambiar patrones poco rentables a nuestra salud, y en cambio, un estilo de vida que promueva la resiliencia, es decir, sobreponerse a cualquier pasado difícil y transformarlo en aprendizaje.