El miedo nos alerta ante una amenaza, sea real o imaginaria porque es una respuesta de supervivencia. El temor
ayuda al cuerpo a contender contra algo o alguien que puede ser peligroso.
Esta respuesta que ofrecemos de manera natural es lo suficientemente poderosa como para atravesar el cuerpo y la mente de quien la experimenta. La respuesta autónoma del miedo surge mucho antes de que nuestra razón haya podido decidir nada al respecto, en una suerte de cumbre química nuestro organismo ya se ha puesto en funcionamiento, preparándose para la huida o para el ataque inminente.
Respuestas fisiológicas ante el miedo
El sistema nervioso simpático es el responsable de que el cuerpo disponga de su rendimiento máximo durante un breve periodo de tiempo, justo en el momento en que el individuo se ve presa del pánico. Entretanto, otras funciones que son menos importantes en ese tipo de situaciones, decaen oportunamente.
Los principales efectos fisiológicos ante el temor que lleva a cabo el sistema nervioso simpático son:
- La musculatura se contrae en un intento de prepararse para la huida, al tiempo que provoca cierto temblor y calambres generales.
- La actividad del sistema digestivo disminuye considerablemente para asegurar un ahorro de energía al tiempo que nos provoca sensación de náuseas.
- Nuestro corazón late apresuradamente y la presión sanguínea aumenta. Esto provoca que dispongamos de mayor velocidad en el reparto de oxígeno entre los músculos. Esta acción puede acarrear una sensación de taquicardias, hormigueos en brazos y piernas y un molesto zumbido en los oídos.
- La respiración pulmonar se acelera considerablemente para aumentar el intercambio entre dióxido de carbono y oxígeno; esta acción es la que provoca esta molesta sensación de opresión en el pecho.
- Nuestro sistema inmunitario decae con la intención de preservar la energía, motivo por el cual nos vemos más expuestos a infecciones.
- La pupilas de los ojos se dilatan y el líquido lacrimal disminuye para aumentar la percepción visual.
Las situaciones que provocan el miedo son muy variadas. Podemos sentir pavor cuando creemos que nuestra vida está en peligro, como por ejemplo, ante un atraco, pero también podemos experimentar miedo ante la perspectiva de un hecho, como cuando caminamos por un callejón oscuro y solitario a medianoche. En este caso, no hay un hecho real que inspire el temor, pero nuestra fantasía se desboca imaginando todos los problemas que podrían ocurrir.
Vivir sin miedo no es posible porque es un mal necesario, pero superar el miedo que nos impide avanzar, el que nos bloquea, es una de las mejores formas de crecer como personas y de alcanzar una vida más plena.
Cuando el miedo nos limita
A lo largo de nuestra vida enfrentamos diferentes situaciones cargadas de incertidumbre que nos provocan miedo. Así vamos desarrollando miedo al fracaso, miedo al rechazo, miedo a las pérdidas, miedo a la muerte y, sobre todo, a los grandes cambios.
Estos temores se convierten en una barrera que nos impide vivir plenamente. De hecho, el miedo nos obliga a mantenernos en nuestra zona de confort y no nos permite avanzar y desarrollarnos, limita nuestras metas y nuestras acciones, nos mantiene bloqueados.
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